
imagen de: El junco – ESINEC
Hace unos años atrás, -posterior a la muerte de mi mamá- me sentí sin vitalidad ni energía por un tiempo mayor a lo que habitualmente habían sido mis duelos. Algo no estaba bien y decidí hacer lo que siempre sugiero a mis pacientes: una evaluación de mi salud mental. En mi primera consulta con el psiquiatra él me pidió una “historia de vida” por escrito. Me explicó que requería evaluar factores contextuales, además de los síntomas que yo reportaba en esta consulta y exámenes médicos de laboratorio. Dicho sea de paso, un muy buen psiquiatra que se encarga de considerar distintos aspectos de la vida del paciente y no sólo medicar síntomas. En la segunda consulta y ya con toda la información en la mano- el doctor me explicó que yo era una “persona resiliente” – fue la primera vez que escuché el término dentro de un contexto profesional de salud mental-, me contó que era un concepto que venía de la física y que puntualmente habría surgido de los estudios científicos realizados para mejorar la resistencia de los materiales, como el asfalto por ejemplo, que debe tener la capacidad de aguantar peso y golpes y volver a su estado original sin destruirse.
Resiliencia viene del término latín resilio, «volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar».4 El término se adaptó al uso en psicología y otras ciencias sociales para referirse a las personas que a pesar de sufrir situaciones estresantes no son afectadas psicológicamente por ellas.5
Resiliencia (psicología) – Wikipedia, la enciclopedia libre
La palabra resiliencia, en cuanto a la física y la química, designa la capacidad de cualquier material para recuperar su forma inicial después de que se ejerce una fuerza que lo deforma. La palabra proviene del latín salio, que se traduce como “saltar», antecedido por el prefijo re-, que indica repetición o reanudación.6
Resiliencia es entonces como una forma dinámica de ser resistente a los golpes, como “el junco que se dobla pero siempre sigue en pie”, una cosa aparentemente bien valorada como recurso físico en el asfalto y psíquico ante la vida; sin embargo resistencia al fin y al cabo, con inversión de energía emocional y desgaste. Salí agradecida de esa consulta, entendí que lo que me pasaba era la vida y sus procesos y no un cuadro psiquiátrico… sin embargo algo en mí quedaba abandonado o no atendido en esa respuesta ¿quería yo ser resiliente? ¿lo hacía porque soy fuerte y tengo recursos o porque no me quedaba otra cosa por hacer?
Que los procesos de la vida no sean una carga, sino una posibilidad de desarrollo.

Con el tiempo me di cuenta de que esto es algo muy apreciado en nuestra cultura, la capacidad de seguir adelante y no “perder la forma” a pesar de los avatares de la vida; ¿pero es algo que nos hace bien? Creo determinadamente que no. He aprendido a mirar con capacidad crítica las ideas con las que acompaño mis procesos emocionales y los de otros. ¿Qué juicios o paradigmas están a la base de lo que nos pasa cuando sufrimos? Y me doy cuenta de que lo más valioso que encuentro allí es precisamente que no salimos igual de los dolores y de los duelos, que maduramos, nos completamos, nos depuramos de mandatos externos y conocemos nuestra profundidad y autenticidad.
Algunos sinónimos de resiliencia son:
https://www.rae.es/duda-linguistica/es-resiliencia-o-resilencia
Resistencia, Fortaleza, Invulnerabilidad, Estoicismo, Adaptación, Superación.
Creo que no tenía suficiente lenguaje para explicármelo entonces, pero sí sentía que la muerte estaba tocando repetidas veces a mi puerta y que “seguir igual o seguir adelante” no era un logro; sino una forma de llevar “la fiesta en paz” una defensa para no entrar en el proceso de verdad determinante que es “perder la forma” y entregarse al descenso que el duelo implica. Había una experiencia de estar distinta, de que el mundo era también un lugar distinto; pero no lograba aquilatarla de la profunda manera en que me interpelaba con los estímulos y conceptos que me ponía mi cultura que parecía decir “¡lo haces bien!” “¡eres resiliente!”, cuando en verdad todo se sentía inabordable, ambivalente, diáfano y al mismo tiempo innegablemente distinto en mi vida.
Luego de esta ocasión me he encontrado con el término muchísimas veces: cientos de publicaciones, descripciones clínicas, estudios sociales y me lo han vuelto a destacar como una característica personal, he visto como lo valoran en seres que quiero y no me gusta. No quiero desarrollar una crítica teórica al uso del concepto, sino experiencial. Quiero decir que los sistemas, sobre todo los humanos, -porque los materiales tienen otra condición de valoración y ecologíca- tenemos que tener sumo cuidado en lo que ponemos en valor de las personas. Decirles a nuestros hijos que deben permanecer y quedar iguales que antes de haber vivido un trauma o pérdida, o sea “SER RESILIENTE” es desconocer su sensibilidad, su vulnerabilidad y la gran y verdadera fortaleza que hay en hacer este proceso. Que valoro su capacidad de funcionar o de retomar su funcionalidad; no así la de detenerse, profundizar y salir distinto.
1. f. tecn. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. La muerte de un ser querido pone a prueba nuestra resiliencia
resiliencia | Diccionario del estudiante | RAE
Resiliencia no es lo mismo que Robustez (lo segundo es la capacidad de un organismo vivo a sostener conflictos, sin poner en riesgo su continuidad vital), que me parece más robusta, deseable, menos negadora nuestra vulnerabilidad. La primera pone de énfasis “la adaptación a un sistema adverso”, que no sé si es algo psicológicamente sano como para describir un rasgo de personalidad deseable con este concepto. La robustez en cambio pode de manifiesto que la adversidad existe, que hay un punto de soporte frente a ello y acciones resolutivas que tomar para no poner en riesgo la continuidad del ser vivo.
Poder permitir a lo humano que se transforme con sus experiencias, que no se tenga que fragmentar los dolores o la vivencia de vulnerabilidad o los tiempos de duelo para seguir funcionando. Permitir que lo funcional sea tan valioso como la profundidad y el cambio parece más robusto.
Por último, decir que cuando valoramos la resiliencia en otro, también estamos erosionando nuestra propia capacidad de conectarnos con la vulnerabilidad, contener y aceptar los procesos de cambio en la vida. Vivimos en un paradigma que desde muchos frentes: estética, consumo, materiales y con esto psicológico, nos transmite resistencia a cambiar; cuando en lo concreto es una verdad universal que “todo se gasta” y más que procedimientos estéticos o superficiales necesitamos de la profundidad de los procesos de renovación y retorno para seguir.
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