MIS CÍRCULOS DE MUJERES

He reflexionado sobre lo significativo que ha sido el proceso de trabajar con grupos de mujeres respecto de las experiencias, el lenguaje, las explicaciones y recursos que tenemos para hablar de nuestra vida y procesos.

Significativo para mí, porque me ha permitido poner en el centro de mi quehacer lo que me resulta más inspirador e importante: el desarrollo personal.  Acompañando el proceso de muchas pacientes y también en el propio proceso terapéutico fue revelador darme cuenta de que mucho de lo que padecemos, nos molesta, duele o se queda estancado en nuestra vida. Mucho de lo que vamos transmitiendo como deseos, expectativas o tradición de una generación a otra, ha sido moldeado por figuras y símbolos que no nos pertenecen y la consecuencia de ello es dolor y desgaste humano.  He observado como el hecho de no contar con las palabras, el símbolo o el lenguaje correcto para ir hilando nuestra experiencia – y traspasarla sabiamente avanzando en la consciencia de quienes somos- ha sido interferido por el hecho de que el lenguaje para narrar, argumentar y explicar viene de otro cuerpo y de otra experiencia: la masculina.

“Los hombres las mujeres hemos hablado “hombre” toda la vida; pero los hombres no hablan “mujer”, no lo sueñan” dice Merly Streep

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Darme cuenta de las implicancias de esto removió mis paradigmas de los procesos acompañados y vividos, entonces comencé la tarea – que aún prosigo- de buscar y buscar y buscar. En ese camino me he encontrado con otras que  han emprendido búsquedas parecidas y que también sintieron, por diversas razones, el llamado a empezar a aprender a “hablar mujer”. En esta búsqueda me encontré con “la Diosa” como el referente más arcaico de este antiguo lenguaje y aprendí que el mundo no siempre estuvo ordenado de la misma manera. Aprendí del Patriarcado, que es como la cuadrícula del éste cuaderno en el que ahora escribo, un esquema que está en la hoja y que ordena mis palabras en el espacio en que las pongo, me dice hasta donde escribir o poner letras…me he sentido desde entonces llamada a llenar estos renglones con palabras que elija conscientemente, a estar presente con mi condición de mujer en cada experiencia ya no como una “limitación a mi juicio” , que es lo que culturalmente se nos ha atribuido; sino amplificando mi consciencia de serlo intencionadamente, desfachatadamente si es posible.

Tengo una formación bien sólida en salud mental femenina, he tenido a mi cargo la salud mental de mujeres en instituciones en las que he trabajado. También he trabajado con muchas mujeres en un mismo equipo y en la mayoría de estos intentos me encontré con un tremendo dique un sólido obstáculo para poder ver ¿“de qué se trata lo femenino” ?, un obstáculo que se ha reproducido por siglos basado en la competencia, la desconfianza entre nosotras, el poder y el Ego. Me encontré con todas las que sabíamos bien “hablar hombre” y me adapté en esas lides consiguiendo nuevamente que los estereotipos patriarcales se reprodujeran. En esta etapa de mi vida laboral y por cuestiones de formación en salud sexual llegué a conocer de género y  feminismo. En las primeras décadas de este siglo los vi como una válvula que dejaba fluir el contenido al que el dique no me dejaba acceder; pero a largo andar me di cuenta de que había un contenido distinto en la misma cuadrícula patriarcal. Otro contenido en el mismo  rayado de cancha en que el extremo contrario de patriarcado seguía implicando el mismo continuo: poder.  En este camino de leer y releer me encontré con aportes de distintas disciplinas, autoras y géneros ¡gente brillante! ¿por qué no hemos logrado entonces que rescatar lo femenino sea una búsqueda consolidada? ¿Cuál ha sido el obstáculo para que el conocimiento de mentes brillantes y sabias no se transmita con mayor eficacia?

En este momento surgió lo colectivo como una inquietud. Hasta entonces mis búsquedas habían enriquecido mi trabajo como psicoterapeuta y mi currículum; pero sin duda eso no era suficiente. Es necesario crear espacios para abordar este déficit al que estamos expuestas, desarrollar lenguaje femenino, compartir experiencias y comenzar a transmitirla, a compartirnos. Este es un lugar de seria resistencia a lo establecido: que las mujeres volvamos a encontrarnos en la confianza, colaboración, capacidad de copiarnos lo bueno, colaborarnos en mejorar lo malo. Esto es un lugar de resistencia y de reparación porque la pérdida de lenguaje femenino no fue casual ni evolutiva; sino la completa erosión de la malla social causada por la persecución, la muerte, la tortura y el exilio que implicó durante pleno siglo de “Las Luces” la persecución de “brujas” o de mujeres por su saber acerca de mujeres. Ahí hubo que aprender a hablar “hombre” definitivamente.

Antes dije “me encontré con la Diosa “y con trabajos brillantes que han iluminado mi búsqueda; sobre todo del área del psicoanálisis y la mitología: Joahn Darth Lambert, jean Shinoda Bolen, Carl G. Jung, Joseph Campbell, Mircea Eliade y la maravillosa Anne Baring han sido las pistas fundamentales, verdaderos tesoros escondidos en medio de la basura de consumo en la que se ha envuelto la temática de la diosa en la mayoritaria  oferta en los medios: sexualidad, despertar femenino, poder y toda clase de productos cosméticos para la psique. Esto último lo menciono con gran frustración, porque se le hace a la diosa lo mismo que a todo lo femenino: banalizarla y devaluarla.

También entendí hace poquito que mi búsqueda nunca iba a ser “suficientemente buena”, que nunca voy a encontrar a alguien que haya escrito o inventado el método que quisiera poder brindar para que lo sigamos todas, porque la parte que nos castra profundamente el paradigma imperante es “ser únicos” y nos vende métodos para ser todos iguales. Es precisamente la autenticidad y la búsqueda de traspasar los propios diques para avanzar en nuestro camino de ser , para evolucionar y ser más conscientes de lo que se trata esto, lo que me ha traído hasta aquí. Porque “si prescindo de mi participación amputo en cierto sentido la parte que corresponde a mi alma” (Jung), es que el libro de autoconciencia no lo puede escribir otro que uno mismo. El camino y las palabras son de cada persona que lo transita.

Lo que podemos hacer en colaboración y colectivo es acompañarnos, compartirnos la experiencia (por eso el círculo de mujeres). Podemos aprender de lo que han hecho otros, de lo que se ha hecho antes, nuevos fundamentos (por eso el  taller y la mitología); pero el paso, la letra y el renglón o la huella que dejamos en la existencia es de cada una.

Desde allí vino otro entendimiento importante: esto tiene que ser con hombres también.

No me refiero con esto a “círculos mixtos”, aunque no debiera ser una idea descabellada; sino a la necesidad de integrar lo masculino también. No tiene sentido emprender la larga tarea de reparar lo que nos hemos castrado y desmembrado de lo femenino quitando del camino lo masculino, es fundamental para poder completarnos e ir hacia nosotros mismos construir caminos de integración y como herramienta central de integración está la mitología porque permite precisamente integrar cosas opuestas:

“expresar los opuestos, la ambivalencia, solo entonces puede otorgarse a la divinidad la totalidad que le es propia, hacer la síntesis de los contrarios” (Jung)

Otorgar totalidad a la divinidad no es cosa religiosa, es la factibilidad de llegar a ser uno mismo – porque aquí divinidad es un centro interno.

                 Cuando nos sacamos la mitad femenina del paradigma y comienza la “era del Padre” nos empobrecimos como humanos. Socialmente los hombres fueron favorecidos con el poder, es cierto; pero con costos de mantención que duran toda su vida; porque la masculinidad hay que estar probándola siempre. Psíquicamente entonces, todos vivimos el corte con nuestra raíz, con nuestra matriz, que proviene del inconsciente. Allí están los contenidos, los potenciales, las imágenes y la riqueza creativa que debemos desarrollar en nuestra vida. El símbolo que ha sostenido esa débil conexión hacia adentro es el hilo y quien lo sostiene desde el centro  es el ánima.

La mitología me ha permitido ponerle nombres a la necesidad de profundizar y buscar sentido a la necesidad de completarse. No es insatisfacción es necesidad de desarrollo consciente.

Sin duda aún la mayoría de mi tiempo es consumido por la “cancha rayada” en la que he crecido, porque ahí aprendí a caminar y moverme; pero desde aquí tiro del hilo de todas las personas que tengan la necesidad de buscarse y propongo armar con el hilo de cada una urdimbre colaborativa en la que vivir signifique crecer. Esta es una invitación a participar de un cambio, las espero.

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